“Por lo que se
refiere a la idea de patria, es decir, una determinada porción de terreno
dibujada en el mapa y separada de las demás por una línea roja o azul, ¡no!
Para mí la patria es el país que quiero, es decir, el país con el que sueño,
aquel en que me encuentro a gusto.
(...)
Amo a este pueblo
áspero (se refiere a los árabes nómadas), persistente, vivo, último ejemplo de
las sociedades primitivas y que, al hacer alto a mediodía, tumbado a la sombra
bajo el vientre de sus camellas, se burla, mientras fuma su chibuquí, de esa
valiente civilización nuestra que tiembla de ira.
Soy capaz de entender
muy bien lo que significaba la patria para los griegos, que no tenían más que
su ciudad; para los romanos, que no tenían más que Roma; para los salvajes a
los que acosan en su selva; para los árabes, perseguidos hasta en el interior
de sus tiendas. Pero nosotros, ¿acaso no nos sentimos en el fondo tan chinos
como ingleses o franceses? ¿No vuelan hacia el extranjero todos nuestros
sueños? De niños, deseamos vivir en el país de los loros y de los dátiles
confitados; nos elevamos con Byron o Virgilio; codiciamos el Oriente en
nuestros días de lluvia, o deseamos ir a las Indias a hacer fortuna, o a
América para explotar la caña de azúcar. La patria es la tierra, es el
universo, son las estrellas, es el aire, es el propio pensamiento, es decir, lo
infinito dentro de nuestro pecho."
Gustave Flaubert
En “Razones y
osadías”
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