martes, 19 de febrero de 2013



“Por lo que se refiere a la idea de patria, es decir, una determinada porción de terreno dibujada en el mapa y separada de las demás por una línea roja o azul, ¡no! Para mí la patria es el país que quiero, es decir, el país con el que sueño, aquel en que me encuentro a gusto.
(...)
Amo a este pueblo áspero (se refiere a los árabes nómadas), persistente, vivo, último ejemplo de las sociedades primitivas y que, al hacer alto a mediodía, tumbado a la sombra bajo el vientre de sus camellas, se burla, mientras fuma su chibuquí, de esa valiente civilización nuestra que tiembla de ira.
Soy capaz de entender muy bien lo que significaba la patria para los griegos, que no tenían más que su ciudad; para los romanos, que no tenían más que Roma; para los salvajes a los que acosan en su selva; para los árabes, perseguidos hasta en el interior de sus tiendas. Pero nosotros, ¿acaso no nos sentimos en el fondo tan chinos como ingleses o franceses? ¿No vuelan hacia el extranjero todos nuestros sueños? De niños, deseamos vivir en el país de los loros y de los dátiles confitados; nos elevamos con Byron o Virgilio; codiciamos el Oriente en nuestros días de lluvia, o deseamos ir a las Indias a hacer fortuna, o a América para explotar la caña de azúcar. La patria es la tierra, es el universo, son las estrellas, es el aire, es el propio pensamiento, es decir, lo infinito dentro de nuestro pecho."

Gustave Flaubert
En “Razones y osadías”

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